Testimonio de Simon

“Quítense la ropa”, “desnúdense” son órdenes que a menudo se oyen en los ensayos de Prosopon et Ius. Si se lo contamos a alguien ajeno al grupo, de inmediato surgen las preguntas. ¿No es un poco extraño cuando no están montando nada del Marqués De Sade? ¿Qué tiene que ver eso con el teatro? ¿Por qué los artistas siempre tratan de llamar la atención con semejantes irreverencias? Y a veces alguien sugiere con voz susurradora: ¿serían aquellas órdenes el producto de la mente perversa del director? Seguro que cada uno de nosotros dispone de un lado perverso, pero afortunadamente la perversidad queda lejos del teatro de Prosopon et Ius.

Entonces, ¿por qué los desnudos? Primero que nada, es importante destacar el hecho de que hay dos suertes de desnudos: el desnudo en el escenario, frente al público, y el desnudo en los ensayos. Aquél se considera supuestamente más funcional y aceptable que éste, de modo que aquí sólo hablaré del segundo.

Entrar en un ensayo de teatro no es lo mismo que subir en la buseta. Colgado de la puerta de ésta uno se muestra al mundo sin complicaciones, porque en ese instante forma íntimamente parte del mundo que consta de todo lo que percibimos y experimentamos cada día y un par de noches. Una buseta nos lleva por la ciudad tal como la conocemos, y a pesar de que nunca sabemos a quíenes vamos a encontrar ni dónde va a haber una cola por un choque con un taxista, las cosas que pueden pasar nos son conocidas; esencialmente no nos sorprenden.

Un ensayo de teatro es otra cosa.

Bajemos de la buseta. Salgamos de la vida cotidiana, con sus peos y amores, su estrés y sus encuentros. Despidámosnos de fulano de tal, de quien no nos acordamos del nombre, pero con quien siempre hablamos cuando lo encontramos.

Entremos en el ensayo. Lo que pasa aquí, no hace falta subrayarlo, es una maravilla: las emociones en que se sumergen los actores, las relaciones que aparecen entre ellos y las historias en que se meten no tienen en absoluto que ver con lo que vivimos todos los días. Eso es así por excelencia en Prosopon et Ius, donde montamos clásicos tan lejanos de nosotros en tiempo y espacio como las antiguas tragedias griegas y las obras de un inglés isabelino.

Claro, la esencia de nuestro teatro es universal, por eso que lo creemos necesario. Pero para llegar al núcleo esencial, que nos concierne a todos profundamente, debemos primero desconectarnos de nuestro presente inmediato. No es posible sentir el amor fraternal de Antígona o entender y vivir la vertiginosa amargura de la Reina Margarita, si estamos pensando en la ropa que hemos olvidado descolgar del tendedero o en la enfermedad de un hijo o un padre. Entrar en un ensayo de teatro es entrar en otro mundo, en un universo de creación instantánea, construida por las fuerzas de la imaginación, la empatía, la poesía y las oscuras entrañas del ser humano a las que sólo tenemos acceso en esos escasos momentos.

El acto de desnudarse es una evidente metáfora del quitarse todo lo actual y lo temporal de encima, pero es mucho más que una mera figura retórica. El desnudo marca la frontera entre el mundo diario y el mundo infinito, entre las emociones verdaderas pero particulares y las emociones universales pero verdaderas. Es más: el desnudo ayuda tanto al actor como al director para liberarse de todas las convenciones y normas culturales que a veces nos impiden hacer un teatro que no tenga compromisos. De vez en cuando pienso que la función ideal de una obra de teatro sería aquella en que todo el mundo, incluso el público y los técnicos, se quiten la ropa.

Finalmente, el desnudo dota a los actores de una potente consciencia; una consciencia de su propio cuerpo, de cada músculo y emoción, de cada movimiento del cuerpo. El desnudo borra provisionalmente al actor con sus preocupaciones personales y lo prepara así para un mundo mucho más rico y valioso: el mundo del teatro.

Simon Horsten
actor, director y escritor de obras de teatro en Bélgica (‘La Celestina’ y ‘La herencia de Don Guillermo’) y Venezuela (‘Ricardo III’)

4 Responses to Testimonio de Simon

  1. Carolina "La Negra" dice:

    Creo que resumes muy bien lo del desnudo. Es tan simple y tan trascendental a la vez. Recuerdo la primera vez que el Danez me gritó que me desnudara, pensé que me iba a desmayar, que me iba a dar un patatús o que se yo. Recuerdo las críticas de los amigos fuera de “ese” mundo del teatro: ¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre? ¿Tú no piensas?
    Pero después de un tiempo, la verdad es que no podía esperar a llegar al ensayo, en casa del Danez o en casa de Paola o en La Fundación del Niño, para poder despojarme de todo el peso que llevaba encima. Aunque parezca extraño, en esos momentos, durante esos instantes, esa era yo, sin miedos, sin complejos, sin preocupaciones, sin ataduras, sin criticismos, sin “autobús”. Esos ensayos para mi eran mágicos, era como transportarse a otra dimensión. Diez años después, solo he visto a esa mujer en el espejo una sola vez. Sé que es triste, pero es así.
    Mis más calurosos saludos al Danez. Mis mejores momentos en Mérida los pasé con el Prosopon et Ius, y sí, aprendí más de la vida ahí de lo que aprendí sentada el salón. Mucho éxito en la nueva propuesta… Y esperemos todos un día en que la gente pueda deshacerse de sus tabúes y comprenda y aprecie lo bello que es el cuerpo humano.
    Soy de la firme opinión de que todos necesitamos de un desnudo público al menos una vez en la vida…

    Los quiero
    La Negra :)

  2. Diana dice:

    Nunca estado en el mundo del teatro, pero este estilo y resumen que han dado a conocer sobre el teatro, me parece genial.
    Estoy de acuerdo en que vivimos en una sociedad que nos han impuesto ciertas cárceles, para esconder nuestra naturaleza como ser humano.
    ¿Por que no profundizar la idea de deshacerse de los tabúes que existen en esta sociedad?

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